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Los abogados de Adnan Latif, el último preso fallecido en Guantánamo, emiten un comunicado

11 de septiembre de 2012
Andy Worthington


El fin de semana, Adnan Farhan Abdul Latif, yemení, se convirtió en el noveno preso que muere en Guantánamo. Adnan había recibido repetidas autorizaciones de excarcelación -bajo los mandatos de los presidentes Bush y Obama, y por un tribunal estadounidense-, pero nunca había sido liberado, como tantos otros en esa vergonzosa prisión, que sigue siendo un insulto al Estado de derecho diez años y ocho meses después de su apertura.

Adnan fue uno de los presos reseñados en el importante informe que escribí en junio, Escándalo de Guantánamo: Los 40 presos que siguen retenidos pero cuya liberación se autorizó hace al menos cinco años, y la anulación de su exitosa petición de hábeas corpus por jueces políticamente motivados del Tribunal de Circuito de Washington D.C. en octubre del año pasado -y la negativa del Corte Supremo a reprender al tribunal, hace sólo tres meses- fue notoria entre los abogados de los presos y quienes se interesan por la justicia y el derecho, aunque -triste y escandalosamente- no había despertado la indignación adecuada en los principales medios de comunicación.

El pasado mes de mayo, cuando murió el octavo preso de Guantánamo -un hombre llamado Hajji Nassim, conocido por las autoridades estadounidenses como Inayatullah, que tenía graves problemas de salud mental-, escribí un artículo titulado La única salida de Guantánamo es en ataúd, que era terriblemente exacto, ya que los dos últimos presos que habían salido de Guantánamo lo habían hecho en ataúdes. El otro, Awal Gul, había muerto en febrero.

En aquel momento, por desgracia, los principales medios de comunicación mostraron poco interés en preguntarse si negarse a liberar a alguien de Guantánamo era una política aceptable, cuando había 87 hombres en la prisión cuya liberación había sido autorizada por el Grupo de Trabajo de Revisión de Guantánamo del presidente Obama, pero que seguían retenidos debido a la inercia política, el apoyo a su detención indefinida en el Congreso, la hostilidad hacia ellos en el Tribunal de Circuito de Washington, la indiferencia en el Corte Supremo y la falta de suficiente indignación en los medios de comunicación o entre el pueblo estadounidense.

Ahora, tal vez, se produzca un cambio. En los 17 meses transcurridos desde la muerte de Hajji Nassim, sólo tres presos vivos más han abandonado Guantánamo, lo que significa que, de los seis últimos en salir, sólo tres lo han hecho con vida. Esta sería una estadística vergonzosa para cualquier presidente, pero lo es especialmente para el presidente Obama, que prometió cerrar Guantánamo en su segundo día de mandato, pero luego no lo hizo.

Pronto escribiré más sobre Adnan Latif, pero mientras tanto recomiendo a quienes estén interesados en saber más que consulten mi archivo de artículos sobre su trágico caso, que sigo desde 2006. Cada muerte en Guantánamo se siente profundamente, porque estos hombres no estaban privados de libertad por ningún medio legal, pero la muerte de Adnan es especialmente espeluznante, ya que era obviamente tan vulnerable y había sido tan escandalosamente despreciado y abandonado por sus captores, a quienes no les importó que su detención arbitraria -y la de muchos otros presos- fuera esencialmente un comportamiento bárbaro.

A continuación reproduzco una conmovedora y contundente declaración emitida por los abogados de Adnan, que espero sea leída y comprendida por cualquiera a quien interese saber por qué es importante que se cierre Guantánamo y que los 86 presos exculpados que siguen vivos sean puestos en libertad lo antes posible. Espero que también muestre cómo es necesario comportarse con decencia y respeto por la ley, y cómo, en Guantánamo, es crucial no aceptar la detención arbitraria de hombres contra los que -en la mayoría de los casos- nunca se ha establecido nada parecido a pruebas de actividades terroristas, o de apoyo al terrorismo.

Declaración de los abogados que representan a Adnan Farhan Abdul Latif
11 de septiembre de 2012

La muerte de Adnan Latif bajo custodia estadounidense en Guantánamo es una tragedia. Podría haberse evitado.

Adnan pasó más de diez años en Guantánamo -casi un tercio de su vida- pero, como la mayoría de los detenidos de Guantánamo, nunca fue acusado de un delito ni se le acusó de violar ninguna ley.

Adnan era de complexión delgada y amable, marido y padre. Era un poeta de talento y devotamente religioso. La Administración autorizó su traslado en 2009, pero era yemení, y la Administración Obama no envía a los yemeníes a casa, aunque, como en el caso de Adnan, se haya autorizado su traslado por decisión unánime de todos los organismos responsables tras un examen exhaustivo de las pruebas.

Como Adnan era yemení, permaneció encarcelado tres años más después de haber sido absuelto, no por nada que supuestamente hubiera hecho, sino simplemente por su lugar de procedencia.

Abundan más ironías trágicas. En 2010, un juez federal dictaminó que debía ser puesto en libertad, pero un tribunal de apelación dividido anuló esa sentencia en una decisión ampliamente criticada un año después. Hace tres meses, el Corte Supremo se negó a restablecer la sentencia y, en su lugar, permitió que su caso volviera al tribunal de distrito para una nueva vista que, lamentablemente, nunca se celebrará.

Amnistía Internacional estaba a punto de lanzar una nueva campaña mundial en su favor.

Adnan negó sistemáticamente las afirmaciones del gobierno y mantuvo su inocencia. Dijo que se encontraba en Afganistán cuando Estados Unidos comenzó los bombardeos en octubre de 2001 porque buscaba tratamiento médico gratuito para las lesiones que había sufrido en un accidente de automóvil cuando era adolescente.

Tras huir de Afganistán, Adnan fue capturado y trasladado a Guantánamo, donde permaneció recluido acusado de pertenecer a los talibanes. Fue uno de los primeros detenidos en llegar en enero de 2002. El ejército y la Administración autorizaron su traslado, pero lucharon en los tribunales para mantenerlo encarcelado.

Adnan padeció grandes sufrimientos en Guantánamo -físicos y espirituales- y vivió en un tormento constante. Se quejaba de dolores físicos, problemas de audición y visión, erupciones cutáneas no tratadas, llagas abiertas y hematomas inexplicables. Protestó contra lo que consideraba injusticia de su confinamiento haciendo huelgas de hambre y autolesionándose. Se volvió mentalmente frágil y en ocasiones fue sedado, puesto bajo vigilancia por suicidio y enviado a la unidad psicológica de la prisión.

Adnan pasó más de diez años en un país extranjero, separado de su familia, de sus seres queridos y de su hogar. No se le acusó de ningún delito. Se autorizó su traslado porque el gobierno no creía que su detención fuera necesaria para nuestra seguridad nacional.

Sin embargo, no veía el final de su confinamiento.

Muriera como muriera, la muerte de Adnan nos recuerda la injusticia de Guantánamo y la urgencia de cerrar la prisión. Ojalá esta tragedia innecesaria sirva de acicate para que el gobierno ponga en libertad a los detenidos que no tiene intención de procesar.

David Remes (Contacto: 202-669-6508 / remesdh@gmail.com)
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